sábado, 26 de diciembre de 2009

Guerra blanca y guerra roja

Tras la conquista del Polo Sur por el noruego Roald Admundsen el 14 de diciembre de 1911, quien venció al inglés Robert Scott por cinco semanas de diferencia, el angloirlandés Ernest Shackleton quiso intentar al mando de una expedición británica la primera travesía continental de la Antártida.



La partida de su Expedición Transantártica Imperial coincidió exactamente con el estallido de la Gran Guerra. El Endurance zarpó de Londres el 1 de agosto y el día 3 se encontraba en la desembocadura del Támesis, en Margate; al bajar a tierra al día siguiente, Shackleton leyó en los periódicos la orden de movilización general.

Telegrafió de inmediato al Almirantazgo poniéndose a su disposición. A la hora, recibió un lacónico mensaje de respuesta: «Continúe». Dos horas más tarde, en un telegrama más extenso, Winston Churchill, primer lord del Almirantazgo, le agradecía la oferta y le confirmaba que las autoridades deseaban que la expedición no se cancelara.



Cuenta W. R. Spikesman que, el sábado 2 de agosto, Munro y él pasaron por delante del Club de la Sociedad Geográfica, donde se celebraba un acto en honor de Shackleton y su inminente partida (parece haber un error en las fechas: según la crónica del viaje, el Endurance se encontraba ese día a unos sesenta kilómetros de Londres; además, el 2 de agosto de 1912 fue domingo). En el relato de Spikesman, Munro:
Se acordó de When Willian Came y lo sintió muchísimo por S, que dejaba Inglaterra y la civilización, y no estaría informado del curso de los acontecimientos. Le pareció de lo más trágico.
Durante los años siguientes, Shackleton y Munro lucharon contra fuerzas muy superiores. Shackleton atravesó mil penalidades sin lograr su objetivo, pero salió con vida en 1917 de lo que él mismo denominó la «guerra blanca del Sur». Munro —como algunos de los hombres de Shackleton que pasaron a «los rojos campos de Francia y Flandes» tras el viaje fallido— murió en la «gran guerra por la civilización».


Fuentes:
MUNRO, Ethel, «Biography of Saki», en SAKI, The Square Egg, Londres, John Lane, 1924, p. 111.
SHACKLETON, Ernest, South! The Story of Shackleton's 1914-1917 Expedition, Londres, Penguin, 2002.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Suffragetae



El 4 de junio de 1913, la sufragista Emily Davison (1872-1913) irrumpió en la pista en pleno derby de Epsom con la intención, al parecer, de atar la cinta tricolor (púrpura, blanco, verde) de la Women's Social and Political Union (WSPU) en el caballo Anmer, propiedad del rey Jorge V.



Arrollada por el caballo, Davison murió cuatro días más tarde sin haber recuperado la conciencia. El animal no sufrió mayores daños y alcanzó a cruzar la meta en antepenúltimo lugar. El jinete, Herbert Jones, acabó con una costilla rota y una conmoción cerebral leve de la que se recuperó poco después y siguió corriendo diez años más. El caballo ganador, Aboyeur, fue posteriormente vendido como semental a un comprador ruso y desapareció en la Revolución.

La noticia del incidente apareció publicada del siguiente modo en The Morning Post, el 5 de junio de 1913:



El episodio inspiró a Saki el cuento titulado «El programa de gala», publicado en la recopilación póstuma El huevo cuadrado (1924).

martes, 22 de diciembre de 2009

Cañones, no mantequilla

El 3 de agosto de 1914, Hector Munro asistió como periodista parlamentario a la sesión de la Cámara de los Comunes en la que Edward Grey, ministro de Asuntos Exteriores británico, manifestó su intención de declarar la guerra a Alemania, cosa que ocurrió al día siguiente.

Según cuenta en la crónica que se publicaría en The Outlook el 8 de agosto de 1914, Munro siguió el discurso en un estado de gran agitación dado que hasta el final no se hizo evidente la postura que adoptaría Gran Bretaña ante una Alemania que acababa de invadir Bélgica y Francia:
Permanecer sentado escuchándolo sumido durante largo tiempo en la incertidumbre acerca de la línea política que iría a anunciar, con toda la acumulación de dudas y sospechas de las últimas cuarenta y ocho horas pesando en la mente, fue una experiencia que no quisiera uno repetir a menudo en la vida.
A la salida de la Cámara de los Comunes, cenó con Rothay Reynolds y dos amigos más en un restaurante de la calle Strand, en el centro de Londres.
De camino al restaurante, Munro insistió en caminar con un paso endiablado y en la cena, cuando pidió queso y el camarero le preguntó si quería mantequilla, respondió en tono perentorio: «Queso, no mantequilla; estamos en guerra».




Fuentes:
REYNOLDS, Rothay, «A Memoir», en SAKI, The Toys of Peace, Londres, John Lane, 1919, p. xvi.
SAKI, Cuentos completos, Barcelona, Alpha Decay, p. 812.


jueves, 17 de diciembre de 2009

La llamada de la estepa



Saki sintió a lo largo de toda la vida una fascinación absoluta por Rusia. Su primer libro, firmado Hector H. Munro, fue una historia del Imperio ruso (The Rise of the Russian Empire, 1900) y su segundo libro de cuentos, firmado ya con el pseudónimo Saki, se tituló Reginald en Rusia (1910). Entre 1904 y 1906 vivió en San Petersburgo, haciendo de corresponsal extranjero para el diario conservador The Morning Post. Según refiere su amigo Rothay Reynolds, a quien conoció en la capital rusa, albergó el proyecto de retirarse a vivir a Siberia:
Cuando volvió a Londres de permiso, resultó evidente que lo estaba afectando la tensión de la vida militar. Había adelgazado y tenía la cara demacrada. Con todo, el cambio espiritual ocasionado por la guerra era mayor que el físico. Me dijo que nunca podría volver a la antigua vida londinense. Y me escribió pidiéndome que averiguara por medio de cierta persona en Rusia si sería posible comprar en Siberia algunas tierras en las que labrar y cazar, y si podrían conseguirse como sirvientes un par de jóvenes yakutos. Era el amor, que había sentido de niño, por los bosques y las cosas salvajes contenidas en ellos, que estaba de regreso. La escoria se había consumido en las llamas de la guerra.
Saki no sobrevivió a la guerra y no tuvo ocasión de pertenecer a la ilustre tradición de expatriados británica. Sin embargo, es indudable que sintió la «llamada de lo salvaje», el anhelo de un contacto más estrecho con la naturaleza y con ambientes no constreñidos por las sofocantes convenciones de la civilización. En sus relatos, los animales representan muchas veces el aspecto indomeñable de la vida, aquello que no puede ser contenido y que siempre acecha bajo el tenue barniz de la civilidad.

Incluso a lo largo de las páginas de The Rise of the Russian Empire, no es difícil cruzarse con el rastro de los lobos. No sólo le sirven a Munro como recurso estilístico para cargar de intensidad su narración:
Exceptuando las bandas de cosacos que se escondían en los bosques, el campo estaba vacío de moradores humanos; de la población autóctona sólo quedaban cadáveres insepultos, y por la noche resonaba en todas partes el aullido de los lobos y otros animales congregados
sino que los convierte en una presencia dominante del paisaje, hasta el punto de marcar el carácter ruso:
Fundiéndose con el misticismo oriental existía, sin duda, en sus ideas religiosas [de las tribus eslavas] una considerable dosis de magia septentrional. En las oscuras y solitarias viviendas de los bosques, era probable que hubiera un terror más que natural a ese amenazante merodeador que tan sobrecogedora huella ha estampado en la imaginación de los pueblos primitivos de muchos lugares. La desgarbada forma, el quejumbroso aullido y los entornados ojos que reflejaban un hambre despiadada en los bosques invernales otorgaron al lobo la fama de estar en posesión de poderes extraños, y las viejas canciones populares eslavas traslucen claramente una creencia en las leyendas sobre licántropos.

Fuentes:
MUNRO, Hector H., The Rise of the Russian Empire, Londres, Grant Richards, 1900, pp. 5 y 319.
REYNOLDS, Rothay, «A Memoir of H. H. Munro», en SAKI The Toys of Peace, Londres, John Lane, 1919, p. xxiii.


domingo, 13 de diciembre de 2009

Akyab

Hector H. Munro nació en Akyab (Birmania), en la costa oriental del golfo de Bengala, el 18 de diciembre de 1870. En esa ciudad, que hoy se llama Sittwe, pasó el primer año de su vida. En ella habían nacido sus dos hermanos, Ethel (en 1868) y Charles (en 1869).


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También en esa ciudad nacería unos pocos años más tarde el monje budista U Ottama (1879-1939), considerado como el Gandhi birmano y de quien la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi ha afirmado que «despertó el fervor patriótico del país con sus inspiradas campañas en favor de la libertad de Birmania». Fue el primer monje —una estirpe que llega hasta nuestros días— que intentó movilizar a los birmanos contra el poder político dominante en su país.



Las vidas de U Ottama y de Saki jamás se cruzaron, pero el primero dedicó la suya a luchar contra la idea imperial británica defendida hasta el final por el segundo.

Fuente:
SUU KYI, Aung San, Freedom from Fear and Other Writings, Londres, Penguin, 1996, p. 6.

martes, 8 de diciembre de 2009

Tres medallas

El 2 de septiembre de 1913, Saki publicó en The Morning Post uno de sus cuentos más famosos, «El contador de cuentos». En él aparece la historia de una niña tan buena (tan «horriblemente buena») que su bondad la hace merecedora de tres medallas: una medalla a la obediencia, otra la puntualidad y otra al buen comportamiento. Como premio adicional, el príncipe de la ciudad la invita a visitar su exclusivo jardín. Se trata de un jardín lleno de maravillas, pero en el que también habita un feroz lobo que acaba por devorarla, atraído por el tintineo de las medallas: «Todo cuanto quedó de ella fueron los zapatos, unos jirones de ropa y las tres medallas a la bondad».

El 15 de noviembre de 1915, el soldado Hector H. Munro zarpó para Francia. Allí moriría casi un año exacto después junto al pueblo de Beaumont-Hamel, apenas unos días antes de que concluyera la ofensiva del Somme, poco antes del amanecer del 14 de noviembre de 1916, como indica su ficha de medallas de la Oficina de Medallas del Ejército británico:



Su cuerpo nunca fue encontrado. De él nos quedan los maravillosos cuentos, un nombre grabado en el memorial de Thiepval y las tres medallas que le fueron concedidas póstumamente: la Medalla de la Victoria, la Medalla Británica de Guerra y la Estrella de 1914-1915.



domingo, 6 de diciembre de 2009

Lobos en Saki

La presencia de los animales —y de los animales como símbolos del elemento salvaje e indómito de la naturaleza y del propio ser humano— constituye uno de los rasgos característicos de la obra de Saki. De los 143 cuentos que conocemos de él, seis tienen como protagonistas a lobos o personajes licántropos; en ellos —y de un modo muy sakiano—, el tema de la «lobidad» es tratado doblemente, en clave trágica y burlona. «La loba» (contenido en Animales y superanimales) narra, con tono cómico y ligero, la metamorfosis de una de las damas invitadas en una casa de la campiña inglesa. El magistral «Gabriel-Ernest» (Reginald en Rusia) funde belleza y amenaza en el personaje del efebo que da título al cuento, cuyo atractivo erótico resulta indisociable de su naturaleza oculta, feroz e implacable: a pesar de sus esfuerzos, el protagonista no alcanza a salvar antes de que se oculte el último rayo de sol al hijo pequeño de una familia campesina al que Gabriel-Ernest acompaña amablemente a su casa. Los lobos de «El día de la santa» (Animales y superanimales) contribuyen a crear un clima de inminente peligro en un bosque de las cercanías de Viena, aunque al final la historia se resuelve inesperadamente y los lobos resultan no ser tales. En cambio, en «Los lobos de Cernogratz» (Los juguetes de la paz), ambientado también en un bosque austrohúngaro, los animales se congregan para aullar, en cumplimiento de una leyenda local, en torno al castillo en el que agoniza, frente a una ventana abierta al frío del invierno, la última descendiente de una familia aristócrata a quien la ruina había llevado a emplearse como gobernanta de los nuevos dueños de la propiedad. En «Los intrusos» (Los juguetes de la paz), dos propietarios rurales enemistados desde varias generaciones por una cuestión de lindes se encuentran en el bosque que divide sus tierras; los dos desean matar al otro, pero, antes de que puedan actuar, la tormenta derriba un árbol y los deja heridos e inmovilizados; mientras esperan a sus hombres, se reconcilian, pero lo que aparece de la oscuridad del bosque es una manada de lobos dispuestos a hacer valer sus derechos. También en «El contador de cuentos» (Animales y superanimales), aunque el relato está ambientado en un parque propio de cuentos de hadas, el lobo es el agente de unas potencias salvajes y primarias que no tienen piedad alguna por lo civilizado y lo «horriblemente bueno».
En una carta escrita a su hermana Ethel desde Varsovia el 1 de agosto de 1904, Hector Munro le pregunta:
¿Has pensado en tener un lobo en vez de un perro? No habría que pagar ningún permiso y, al principio, se podría alimentar mayormente de los Inkton más pequeños, con algunas galletas de vez en cuando para variar. Tendrías que entrenarlo para que distinguiera a los niños Vernon de otros productos comestibles, o de otro modo la cocinera aparecería con labios temblorosos poco antes de la hora del desayuno diciendo que no hay leche en la casa. Además, la tía Tom y tú podríais hacer la compra con toda tranquilidad, como más abajo. Piénsalo.



Fuentes:
LÓPEZ GUIX, Juan Gabriel, Epílogo a El contador de cuentos, Barcelona, Ekaré, 2008.
MUNRO, Ethel, «Biography of Saki», incluido en MUNRO, Hector. H, The Square Egg, Londres, John Lane, 1924, p. 71.

domingo, 29 de noviembre de 2009

El nacimiento de Saki

Hector H. Munro se estableció en Londres en 1896. Allí, a través de algunos amigos comunes de Devonshire, conoció a Francis Carruthers Gould (1844-1925). Nacido en Barnstaple —donde había transcurrido la infancia avuncular de Munro— Gould era, en el cambio de siglo, el dibujante político más influyente de la capital británica.
Su carrera había comenzado en 1887, en The Pall Mall Gazette, y en 1893, cuando el periódico se convirtió en un órgano conservador, pasó a la recién fundada The Westminster Gazette, en la que publicó hasta 1914. Se considera que sus mejores obras abarcan el período comprendido entre 1895 y 1905, etapa que coincide con un gobierno de coalición entre conservadores y liberales unionistas. Liberal radical, el blanco frecuente de sus críticas fueron esos políticos del gobierno de coalición y, en especial, lord Salisbury, Joseph Chamberlain y Arthur Balfour. De todos modos, siempre dibujó a sus personajes de un modo benévolo —muchas veces, como animales y, en especial, pájaros—, y sus sátiras nunca fueron crueles. Fue nombrado caballero en 1906.
El 25 de julio de 1900 apareció en el vespertino liberal The Westminster Gazette la primera colaboración entre Gould y Hector H. Munro, «Alicia en la calle Downing». Ese texto, que (como toda la serie) obtuvo un éxito inmediato, fue el primero que Munro firmó con el pseudónimo Saki.

Así relataría un cuarto de siglo más tarde John A. Spender, director de The Westminster Gazette, su primer encuentro con Saki y el nacimiento de la Alicia en Westminster:
En lo que respecta a la Westminster Gazette, Saki fue un descubrimiento de F. C. G. No sé cómo se conocieron, pero recuerdo claramente que Gould me lo trajo a mi despacho del periódico en algún momento del año 1900 y enseguida empezó a comentar una serie de artículos que uno iba a escribir y el otro a ilustrar. Saki dejó todo el peso de la conversación a Gould y al principio fue difícil sacarle una palabra. Sin embargo, las palabras, cuando salieron, fueron cáusticas y originales; y a los pocos minutos llegué a la conclusión de que Gould no se equivocaba en su «hallazgo». El plan propuesto era el de la Alicia en Westminster —con el tema de la guerra sudafricana y la política en general— republicada en este volumen, y reconozco que albergué algunas dudas. Había recibido en diversas ocasiones (como la mayoría de directores de periódico, supongo) parodias de ese famoso original, y casi todas habían sido estrepitosos fracasos. Tales empeños triunfan perfectamente o fracasan rotundamente, y triunfar perfectamente no sólo significa copiar la forma, sino captar el espíritu del inimitable y fantástico original.

No concibo que nadie pueda dudar de que Saki es uno de los pocos que han triunfado.

[...]

No puedo evitar añadir unas palabras sobre el papel de Gould. Aunque a su modo más áspero, Gould capta el espíritu de Tenniel con el mismo acierto que el alcanzado por Saki en la parte de Lewis Carroll. Recuerdo muy bien el placer de ambos en esa colaboración y sus prolongadas consultas antes de llegar a un resultado. El frontispicio de Gould me sigue pareciendo una pequeña obra maestra, y no conozco ningún otro lugar en donde se encuentren concentrados tan plenamente y en un espacio tan reducido el carácter y el sabor del período del que es objeto esta sátira.

Fuentes:
Juan Gabriel López Guix, en Introducción a Alicia en Westminster, Barcelona, Alpha Decay, 2009.
John A. Spender, en Prólogo a The Westminster Alice, Nueva York, Viking, 1927.

jueves, 26 de noviembre de 2009

La primera traducción de Saki al castellano

La primera traducción de Saki al castellano apareció en Argentina en 1940. Se trata de la versión del cuento «Sredni Vashtar» publicada en el número 70 (julio) de la revista Sur e incluida en la Antología del cuento fantástico de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Su traductor fue Bioy, quien a principios de ese año se había casado con Silvina Ocampo, con Borges como testigo. La foto de la boda es la siguiente:


El año 1940 fue también importante en la vida de Bioy porque en él publicó su primer libro, La invención de Morel.

Un año más tarde, en 1941, nacería en Rosario el escritor Alberto Laiseca, que grabó esta recreación de «Sredni Vashtar» para la serie Cuentos de terror (2002-2003) del canal argentino de televisión por cable I.Sat :

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Saki no es Saki

Son muchos los sitios de Internet que ofrecen esta fotografía de Saki. Es ya la más frecuente en la primera página de resultados de la búsqueda Saki + Munro en Google Images. Se trata de una atribución equivocada. El error nace de la utilización de la imagen en la portada de las sucesivas ediciones de The Complete Saki publicadas por la editorial Penguin a partir de 1991. Parece como si la sorprendente confusión que a veces se produce en algunos lectores entre autor y narrador se hubiera ampliado a la confusión entre la foto de la cubierta y la foto del autor.


Este joven de aspecto melancólico es, en realidad, el pintor londinense Adrian Paul Allinson (1890-1959). La fotografía es de Emil Otto Hoppé (1878-1972), uno de los grandes fotógrafos eduardianos, y se hizo en torno a 1913.



Lo cierto es que Saki había posado para ese famoso fotógrafo en 1911, poco antes de que lo hiciera Allinson, pero el retrato que le hizo Hoppé es éste: