lunes, 31 de mayo de 2010

Disciplina pedagógica

El filósofo utilitarista John Stuart Mill aparece citado en el cuento «Los juguetes de la paz» (escrito en 1914 y publicado de forma póstuma en 1919) entre los personajes por medio de los cuales Harvey Bope intenta transmitir a sus sobrinos Eric y Bertie unos valores que permitan, en cierto modo, una regeneración de la humanidad.

     —Éste es un ciudadano distinguido —dijo—, John Stuart Mill. Fue una eminencia en economía política.
     —¿Por qué? —preguntó Bertie.
     —Bueno, decidió serlo; creyó que se trataba de algo útil.
     Bertie emitió un expresivo soplido que transmitía su opinión de que había gustos para todo.




La educación de John Stuart Mill (1806-1873) fue fruto de un meticuloso programa pedagógico concebido por su padre, el historiador, economista y filósofo James Mill (1773-1836). Según cuenta John Mill en su autobiografía, no guardaba conciencia de su primer contacto con el griego, pero al parecer se inició en esa lengua a los tres años. El padre le hizo aprender de memoria listas de vocablos y unos rudimentos gramaticales, lo cual le permitió leer las Fábulas de Esopo. Su segundo libro fue la Anábasis. Después vinieron Heródoto, Jenofonte, Diógenes Laercio... y, más tarde (a los diez años), algunos diálogos de Platón.

Entre los cuatro y los siete años, leyó una multitud de libros de historia y de viajes cuyos argumentos contaba a su padre en los paseos que ambos daban todos los días antes del desayuno. Por las tardes, el padre le enseñaba aritmética. Como entretenimiento, leyó entonces Las mil y una noches, Don Quijote o Robinson Crusoe. A los ocho años, empezó a estudiar latín junto con una hermana más pequeña, a la que pronto dio clases él mismo. Otros hermanos se fueron añadiendo como discípulos. Ese mismo año se inició en la poesía griega, con la Ilíada, que leyó con ayuda de la traducción de Pope; también se adentró en Euclides y, algo más tarde, en el álgebra.

Entre los ocho y los doce años, leyó, entre otros, a Virgilio, Horacio, Tito Livio, Salustio, Ovidio, Terencia, Lucrecio y Cicerón, así como a Homero, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Tucídides, Polibio y finalmente la Retórica de Aristóteles. Profundizó, siempre con ayuda de su padre, en la geometría, el álgebra y el cálculo diferencial. Sin embargo, sus favoritos fueron siempre los libros de historia. Se inició también en la composición poética e, inspirado por Pope redactó una continuación de la Ilíada. Leyó a Shakespeare, Milton, Burns, Spenser y Dryden, entre otros. No descuidó las ciencias experimentales y, en particular, la química.

A los catorce años, concluyó esa peculiar formación que lo llevó a lo largo de poco más de una década desde Esopo hasta Ricardo, y el joven Mill partió un año al sur de  Francia. A su vuelta, estudió Derecho, leyó a Jeremy Bentham (1748-1832) y, en 1823, empezó a trabajar en la Compañía de las Indias Orientales. A los veinte años, sufrió una crisis que le provocó una «atonía emocional» y de la que salió con un profundo interés por la poesía (Coleridge, Wordswoth) y el romaticismo alemán (Goethe). Ello le sirvió para enriquecer la idea utilitarista, que consideraba la utilidad como criterio de la felicidad y que la sociedad justa debía favorecer la felicidad del mayor número, con una perspectiva artística y humanista.

Los libros Sistema de Lógica (1843) y Principios de economía política (1848) cimentaron su fama como pensador. Realizó aportaciones fundamentales sobre los temas de la ética, la economía, la representación democrática o la libertad. En 1851, contrajo matrimonio con Harriet Hardy Taylor (1807-1858), que había conocido unos veinte años antes (estando ella casada con John Taylor) y bajo cuya influencia se convirtió en adalid de los derechos de las mujeres. También defendió los intereses de las clases menos favorecidas. Durante unos años (1865-1868), fue parlamentario por el Partido Liberal y, desde ese escaño, abogó por la causa irlandesa, las reformas sociales y el sufragio femenino (intentó introducirlo en una enmienta a la Ley de Reforma de 1867 en una enmienda que fue derrotada por 196 votos contra 73).

En 1869, se retiró a Aviñón, donde siguió escribiendo hasta su muerte y donde está enterrado. Entre sus obras destacan Sobre la libertad (1859), Consideraciones sobre el gobierno representativo (1861), El utilitarismo (1863), El sometimiento de las mujeres (1869) y su Autobiografía (1873). En la redaccción de algunas de sus obras, el papel de su esposa Harriet fue algo más que secundario. Tras la muerte de su esposa, y durante los últimos quince años de vida, su hijastra Helen colaboró estrechamente con él. Respecto a ese trabajo en común, dijo:

Quienquiera que piense en mí y en mi obra, ahora o en el futuro, no debe olvidar nunca que no es producto de un intelecto y una conciencia sino de tres, de los cuales el menos considerable y por encima de todo el menos original es el nombre asociado con ella.

En el capítulo segundo de su obra Utilitarismo, distinguió entre felicidad y satisfacción:

Resulta innegable que el ser cuyas capacidades para el placer son bajas posee una mayor oportunidad de satisfacerlas de forma plena; y que un ser altamente dotado siempre sentirá que cualquier felicidad a la que pueda aspirar será, tal como está constituido el mundo, imperfecta. Sin embargo, puede aprender a soportar esas imperfecciones, en la medida en que son soportables; y no le harán envidiar al ser que en realidad no es conciente de ellas, pero sólo porque no percibe en absoluto el bien para el que capacitan dichas imperfecciones. Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; es mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho. Y, si el necio o el cerdo opinan de modo diferente, es porque sólo conocen su propio lado de la cuestión. El otro extremo de la comparación conoce ambos lados.

Y en su ensayo «Civilización», publicado en 1836, dejó escrito:

No hay prueba más precisa del progreso de la civilización que el progreso del poder de la cooperación. 



Fuentes:
MILL, John Stuart, Autobiography, Londres, Longsman, Green, Reader and Dyer, 1873.
Utilitarism, Londres, Longsman, Green, Reader and Dyer, 1863.
MUNRO, Hector H. (Saki), Cuentos completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha Decay, 2005.

lunes, 24 de mayo de 2010

Educación religiosa

En el cuento «Los juguetes de la paz» (incluido en el libro homónino publicado en 1919), Saki menciona a Robert Raikes entre los personajes históricos que podrían servir como modelo de civismo en un hipotético programa de educación infantil que fomentara los valores de la paz y la concordia.

La figura del periodista y filántropo anglicano Robert Raikes (1736-1811) está indisolublemente unida a la difusión de las escuelas dominicales en Gran Bretaña. En 1757, a la muerte de su padre, heredó la propiedad y dirección del Gloucester Journal, así como una empresa editorial. Su espíritu emprendedor lo convirtió en poco tiempo en uno de los hombres más influyentes de su ciudad.




Raikes inició su obra filantrópica con una campaña en favor de la reforma de las deplorables condiciones carcelarias en su Glouscester natal. Como continuación de esa empresa, hizo suya la causa de las escuelas dominicales y emprendió una vigorosa campaña que extendió por todo el país su práctica (en ese momento, local y esporádica), hasta el punto de ser considerado como el «fundador de las escuelas dominicales».

La idea nació una mañana de finales de 1871 o principios de 1782 en que Raikes acudió a una de las zonas más degradadas de Gloucester para contratar a un jardinero y se encontró a un grupo de niños desarrapados jugando en la calle. Eran los hijos y los hermanos pequeños de los trabajadores de una fábrica de alfileres cercana.

La fabricación de alfileres era la principal industria de Gloucester a finales del siglo XVIII. Su métodos de trabajo habían descritos apenas unos  años antes por Adam Smith (1723-1790) en La riqueza de las naciones (1776) como ejemplo de «división del trabajo». Cada trabajador realizaba una parte de todo el proceso de manufactura: fabricar el alambre, enderezarlo, cortarlo, añadir la cabeza, afilar la punta... A partir de los cinco años aproximadamente, los niños también trabajaban en ellas seis días a la semana en jornadas de diez o doce horas y, aunque recibían un salario muy inferior, éste resultaba imprescindible para la supervivencia de las depauperadas economías familiares.

El día en que Raikes visitó casualmente la zona y quedó consternado por el espectáculo de las calles era un sábado. Según supo por boca de la mujer de su futuro jardinero, la situación era mucho peor los domingos.

Le pregunté a una habitante del barrio si esos niños vivían en aquella parte de la ciudad y lamenté su pobreza y su ociosidad. «¡Ah, señor!», me dijo la mujer, «si viera esta parte de la ciudad un domingo, se quedaría horrorizado; porque entonces la calle está abarrotada de multitudes de estos granujillas que, al no tener que trabajar ese día, dedican su tiempo a gritar y alborotar, a jugar al hoyuelo y a soltar palabrotas y jurar de un modo tan espantoso que cualquier persona seria se haría una idea precisa del infierno, más que de ningún otro lugar.  
»Tenemos un clérigo respetable, el reverendo Thomas Stock, ministro de nuestra parroquia, que ha colocado a algunos de ellos en la escuela; pero el domingo se entregan sin freno sus propias inclinaciones, puesto que los padres, completamente desamparados, no saben cómo inculcar en las mentes de los niños unos principios que les son a ellos mismos del todo ajenos».



El atroz espectáculo movió a Raike a emprender su cruzada moralizadora. Buscó a un grupo de mujeres dispuestas a enseñar a los niños los rudimentos de la lectura y del catecismo con la Biblia como libro de texto. El movimiento enseguida adquirió fuera y los resultados fueron asombrosos:

La ciudad de Gloucester pronto empezó a tener un aspecto muy diferente en el día del Señor. En lugar de ruido y alboroto, todo era paz y tranquilidad; en lugar de disputas y peleas, como antes, todo era concordia y armonía; en lugar de mentiras, juramentos y todo tipo de libertinaje, los niños se empaparon poco a poco de los principios de la honradez y la verdad, el decoro y la humildad; en lugar de holgazanear por las calles en un estado de indolencia tan doloroso para el observador como para ellos, era ya posible verlos frecuentar con decente regularidad los lugares de culto público, a todas luces mucho más felices que en su anterior estado de irreligiosa ociosidad.

Las escuelas dominicales no tardaron en ser adoptadas y fomentadas por las diferentes confesiones y se difundieron por todo el país. Medio siglo más tarde, hacia 1833, el número de los alumnos de esas escuelas superaba con creces el de los asistentes a las escuelas ordinarias, y aproximadamente la mitad de los que acudían a las clases dominicales no recibía ningún otro tipo de instrucción.




Una idea alternativa (y más sakiana) sobre el modo de ocupar a un grupo de muchachos ociosos queda ilustrada en el cuento «El capricho coral de Reginald», publicado en Reginald (1904). En ese relato, Reginald queda encargado de supervisar la excursión del coro infantil de una parroquia.

Con estratégica perspicacia, condujo a las tímidas y obstinadas criaturas a su cargo hasta el arroyo más cercano del bosque y les permitió bañarse; después se sentó encima de las prendas de las que se habían despojado y disertó sobre su futuro inmediato que, según decretó, no era otro que realizar una procesión báquica por el pueblo. La previsión había suministrado al evento una remesa de silbatos, pero el añadido del macho cabrío de un huerto vecino fue una brillante provisión de última hora. Para hacerlo bien, explicó Reginald, tendrían que llevar un disfraz de piel de leopardo; pero, dada la situación, a los que tuvieran pañuelos de lunares, se les permitiría ponérselos, cosa que hicieron agradecidos. Reginald reconoció que era imposible, en el tiempo de que disponía, enseñar a sus tiritantes neófitos un cántico en honor a Baco, así que los inició en un himno más familiar, aunque menos apropiado, de la liga antialcohólica. Después de todo, dijo, lo que cuenta es el espíritu del asunto.


Fuentes:
GREGORY, Alfred, Robert Raikes: Journalist and Philantropist. A History of the Origin of Sunday-Schools, Londres, Hodder and Stoughton, 1881.
POWER, John Carroll, The Rise and Progress of Sunday Schools. A Biography of Robert Raikes and William Fox, Nueva York, Sheldon & Company, 1863.
MUNRO, Hector H. (Saki), Cuentos Completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha Decay, 2005.

lunes, 17 de mayo de 2010

Urano y más allá

Otro de los personajes históricos mencionados en el cuento «Los juguetes de la paz» (1919) como ejemplo de civilidad y progreso pacífico de la historia humana es el matemático y astrónomo británico John Herschel, hijo del músico astrónomo William Herschel, de cuya obra científica sería el continuador.

William Herschel (1738-1822) podría considerarse que fue ante todo un apasionado de la música. Nacido en Hannover (que formaba parte entonces de la corona británica) e hijo de un músico militar, siguió como oboísta la tradición familiar en la banda militar de Hannover. Tras la batalla de Hastenbeck (1757), durante la guerra de los Siete Años, en la que los ejércitos de Hesse y Hannover fueron derrotados por los franceses, el joven Herschel decidió seguir los pasos de Haendel y emigrar a Inglaterra.


Tras trabajar unos meses copiando partituras, fue contratado como director de la banda de la milicia de Durham, dio conciertos y finalmente obtuvo en 1766 una plaza de organista en Bath. Inició entonces una carrera musical de cierto éxito, durante la cual compuso sinfonías y conciertos, y que atrajo a tres hermanos a Inglaterra. En 1772, viajó al continente y regresó a Bath con su hermana Caroline (1750-1848), con la intención de formarla como cantante. Sin embargo, por esos años ya había manifestado un interés por las armonías celestiales y, a partir de 1773, tras la compra de unos componentes para construir telescopios, fue abandonando progresivamente la música terrenal para emprender, con su hermana enrolada como ayudante, la exploración de las armonías celestes.




Al igual que todos los demás astrónomos de la época, estudió el sistema solar, pero su gran habilidad como constructor de telescopios y, sobre todo, como pulidor de espejos lo llevó a concentrarse en objetos más lejanos, lo que entonces se llamó «astronomía sideral» o, en palabras del propio William Herschel, «el conocimiento de la construcción de los cielos».

El 13 de marzo de 1781, con un telescopio reflector construido por él mismo, descubrió el planeta Urano. Lo bautizó como Georgium Sidus (Estrella de Jorge) en honor a su protector, el monarca reinante Jorge III, aunque la comunidad científica no aceptaría finalmente esa denominación y, siguiendo el orden genealógico establecido por la secuencia Marte, Júpiter y Saturno, prefirió elegir el nombre del progenitor mitológico este último. De todos modos, Jorge III lo contrató como astrónomo de la familia real, lo cual supuso el final definitivo de su carrera como músico... y también de la de su hermana.




La fama de Herschel se extendió rápidamente, construyó telescopios cada vez más grandes y recibió encargos de diferentes partes de Europa (entre ellos, uno de Carlos IV de España). Sus telescopios eran tan buenos que permitían ver las estrellas «redondas como botones» donde los astrónomos profesionales veían estrellas puntiagudas debido a los defectos de sus lentes. Ayudado por Caroline (que descubrió por su cuenta tres nebulosas y ocho cometas), realizó barridos sistemáticos del cielo nocturno. Elaboró con minuciosidad germana un metódico catálogo de nebulosas (hasta su muerte clasificó 2.500 frente al centenar conocido en 1870); su estudio de las estrellas dobles lo llevó a concluir que esa duplicación no era producto de un efecto óptico sino que esas estrellas formaban sistemas binarios, lo cual supuso la primera demostración de las leyes de la gravedad de Newton fuera del sistema solar; entre sus otros descubrimientos, se encuentran la variación de tamaño de los casquetes polares de Marte, dos satélites de Urano (Titania y Oberón) y dos de Saturno (Mimas y Encédalo), así como la radiación infrarroja. Intentó establecer una correlación entre la actividad solar y el clima de la Tierra estudiando la variación del precio del trigo (más alto en los años de menor actividad estelar). Acuñó la palabra asteroide, para aplicarla a los recién descubiertos Ceres y Palas.

En 1788, se casó con una viuda rica, Mary Pitt (de soltera, Baldwin), con la que tuvo un único hijo John, que acudió junto a él al final de su vida para continuar su trabajo. Murió en su casa de Slough, cerca de Londres, con casi ochenta y cuatro años. Su epitafio lleva las siguientes palabras: «Cœlorum perrupit claustra», es decir, «rompió las cerraduras de los cielos».




John Herschel (1792-1871) inició sus investigaciones científicas en el ámbito de las matemáticas (y la química), pero en 1816  abandonó una incipiente carrera en Cambridge —donde estudió con Charles Babbage, padre de la ciencia de la computación— impulsado en buena medida por el deber filial de continuar el legado de su padre.

En 1820, desempeñó un importante papel en la creación de la Sociedad Astronómica (bautizada a partir de 1831 como Real Sociedad Astronómica), de la que fue tres veces presidente. Entre 1821 y 1823, revisó el catálogo de estrellas dobles realizado por su padre (que falleció en 1822).

Su síntesis Preliminary Discourse on the Study of Natural Philosophy (1830), considerada como la primera obra moderna de filosofía de la ciencia, que influyó en científicos y filósofos como Michael Faraday (1791-1867), William Whewell (1794-1866), John Stuart Mill (1806-1873) y Charles Darwin (1809-1882). De hecho, Darwin llevó consigo un ejemplar de ese libro en el Beagle.

A finales de 1833, viajó junto a su mujer Margaret (con la que tendría doce hijos) a Ciudad del Cabo con objeto de catalogar los objetos estelares del hemisferio austral y completar el trabajo de su progenitor. Identificó 1708 nebulosas, de las que sólo 439 eran conocidas previamente. Además, estudió con atención las nubes de Magalles y los dos satétiles de Saturno descubiertos por su padre, que no habían podido ser vistos por ningún otro astrónomo. Asimismo, durante la estancia sudafricana, que se prolongó hasta 1838, estudió la flora, la fauna y la geología de la región. Darwin lo visitó en cuando hizo escala en Sudáfrica en su viaje a bordo del Beagle. A su regreso, esos trabajos contribuyeron a convertir a John Herschel en el científico británico más eminente de mediados del siglo XIX.

De nuevo en Inglaterra, sus intereses se centraron en la química y el fenómeno de la luz. Entre 1839 y 1842 —y, como continuación de trabajos anteriores—, realizó aportaciones fundamentales a la naciente fotografía (descubrió de forma paralela a William Talbot, el proceso fotográfico sobre papel sensible), investigó el daltonismo y el poder químico de los rayos ultravioletas. En 1839, acuñó el término fotografía (propuesto cinco años antes en Brasil, sin que él lo supiera, por el francés Hercules Florence) y descubrió un método para realizar negativos sobre vidrio (también acuñó las acepciones fotográficas de los términos negativo y positivo). La primera fotografía  hecha con su sistema fue una imagen del telescopio de 40 pies de su padre en Slough.




En 1850, aceptó ser director de la Real Casa de la Moneda, seguramente por el prestigio asociado a un cargo ocupado anteriormente por Isaac Newton (1643-1727). Sin embargo, la carga de trabajo que suponía la reforma de la ceca lo llevó a presentar su dimisión a principios de 1855. Sus problemas de salud (gota, reumatismo y bronquitis) lo llevaron a retirarse a su casa de Collingwood (cerca de Hawkhurst, en Kent), aunque siguió escribiendo una multitud de libros y artículos científicos. En sus ratos libres, tradujo, entre otras obras, la Ilíada de Homero en hexámetros ingleses (1866).

A su muerte, el nombre de John Herschel era sinónimo de ciencia. Recibió un funeral de Estado y fue enterrado en la abadía de Westminster, al lado de Isaac Newton.





Fuentes:
CLERKE, Agnes M., The Herschels and modern astronomy, Cassell and Company, Londres-París-Melbourne, 1895.
JONES, R. V., «Through Music to the Stars. William Herschel, 1738-1822», Notes and Records of the Royal Society of London, vol. 33, n. 1 (ago., 1978), pp. 37-56.

lunes, 10 de mayo de 2010

Monomanía postal

Sir Rowland Hill aparece en el cuento «Los juguetes de la paz» (publicado póstumamente en 1919) como uno de los héroes cívicos con los que Harvey Bope intenta inculcar a sus sobrinos los valores del pacifismo y la civilización.


La vocación de Rowland Hill (1795-1879) fue la reforma social. En 1819, colaboró con su familia (el padre era maestro) en la creación de una escuela basada en unos ideales pedagógicos que aunaban educación culta y lucro capitalista, como había postulado Jeremy Bentham (1748-1832), el fundador del utilitarismo, en su Chrestomathia (1816). Se interesó también por el establecimiento de «comunidades sociales» e incluso recibió —pero rechazó— la oferta del «utópico» Robert Owen (1771-1858) de dirigir uno de sus experimentos comunitarios.

A mediados de 1833 abandonó su labor pedagógica y dedicó sus energías a otra causa. Un año antes había publicado un proyecto para impulsar la creación de colonias en el sur de Australia con pobres británicos —y no con convictos— que llevaba como subtítulo «Esbozo de un plan para la extinción gradual del pauperismo y la disminución de la delincuencia». Pasó a trabajar entonces como secretario de la Comisión para la Colonización del Sur de Australia. En 1837, publicó su proyecto de reforma postal, Post Office Reform; its Importance and Practicability, que se reeditó varias veces, y su infatigable campaña convirtió el asunto en tema de debate público. Y en el otoño de 1839 abandonó su cargo en la Comisión para la Colonización, que fundó con éxito una colonia en lo que hoy es Adelaide, y fue encargado por el gobierno para dirigir la aplicación de su reforma postal.

En 1842, tras un cambio de gobierno, fue destituido y pasó a dirigir entre 1843 y 1846 la compañia ferroviaria London and Brighton Railway, donde también dejó su huella reformadora. En 1846, el nuevo gobierno lo nombró secretario del ministro de Correos. A pesar de las dificultades encontradas, el nuevo sistema finalmente se impuso. Hill fue objeto de un gran reconocimiento en vida. Se convirtió en un icono victoriano, y se le erigieron estatuas en diversas ciudades británicas. Tras su muerte, fue enterrado en la abadía de Westminster.




El sistema postal vigente en época de Hill era caro y complicado. El destinatario debía pagar la carta en función de la distancia y la cantidad de hojas. En su Post Office Reform, narra la siguiente anécdota, que a menudo se le atribuye a él mismo:

Coleridge cuenta una anécdota que demuestra hasta qué punto el sistema postal hace posible el fraude, como consecuencia de la opción que hoy existe. La historia es la siguiente.
Un día en que mi situación no me permitía de deshacerse de un solo chelín, pasé junto a una casa no lejos de Keswick donde un cartero pedía un chelín por una carta; la mujer de la casa no parecía dispuesta a pagarlo y finalmente rechazó la correspondencia. Pagué la carta por ella; y, una vez que se hubo alejado el cartero, la mujer me dijo que se trataba de una carta de su hijo, quien le hacía saber por ese medio que se encontraba bien; era una carta que no había que pagar. Cuando la abrió, descubrí que estaba en blanco.
Esta argucia resulta tan evidente que, con toda probabilidad, está muy extendida.

La propuesta de Hill se basaba en dos modificaciones fundamentales: una tarifa uniforme al margen de la distancia (un penique) y el pago anticipado de la carta por parte del remitente (mediante un sello adhesivo). El nuevo sistema entró en vigor el 6 de mayo de 1840. El primer sello postal, el Penny Black, utilizó el perfil de la reina Victoria.
 


Unos pocos años más tarde, en 1868, otro gran reformador, el filántropo estadounidense Elihu Burrit, escribió unas palabras que podrían haber sido suscritas por Harvey Bope, en «Los juguetes de la paz»:

El franqueo barato está a la orden del día en todas partes. Incluso los países situados más allá del límite de la civilización cristiana copian poco a poco el ejemplo de Inglaterra; y llegará el día en que, después de que los países hayan ahorrado algunos de los millones en oro despilfarrados hoy en la guerra, el servicio postal se extenderá desde Londres, París y Nueva York hasta abarcar la circunferencia del globo y todos los puntos de los radios a su alcance. Cuando llegue ese feliz día, cuando el intercambio del pensamiento y la comunicación del afecto, así como la correspondencia de los intereses materiales, que Inglaterra ha proporcionado a su población por medio del sistema postal se extiendan a todos los países y pueblos del mundo, éstos sabrán y reconocerán con admiración y gratitud la deuda contraída con Rowland Hill.



La autobiografía de Hill, concluida con ayuda de su sobrino, contiene el relato que le hizo a su hermano mayor Matthew de su encuentro con Garibaldi en 1864.

Conversé un poco con Garibaldi sobre la situación de la oficina de correos italiana; pero era evidente que el tema le interesaba poco.

Su hermano le respondió:

Ya imagino que cuando llegues al cielo te detendrás en la puerta para preguntarle a san Pedro cuántas entregas se hacen al día y cómo se sufraga el gasto de la comunicación postal entre el cielo y el otro lugar.

Quizá Hector Munro no le perdonara a Hill justamente eso, que su único tema de conversación con el gran revolucionario —a quien Munro quizá pudo considerar como el vengador de Conradino de Suabia— fuera la situación postal en Italia.



Fuentes:
BURRITT, Elihu, Walks in the Black Country and its green Border-Land, Londres, Sampson Low, Son, and Marston, 1868.
HILL, Rowland, Post Office Reform; its Importance and Practicability, Londres,Charles Knight and Co., 1837.
— y George Birkbeck HILL, The Life of Rowlad Hill and the History of Penny Postage, Londres, Thomas de la Rue & Co., 1880, 2 vols.

lunes, 3 de mayo de 2010

Demasiado corazón

Felicia Dorothea Hemans (1793-1835) fue la poeta más famosa y de mayor éxito del Romanticismo británico. Con 20 libros de poesía y unos 400 poemas publicados en revistas y anuarios, su popularidad se extendió a los Estados Unidos y duró hasta la Primera Guerra Mundial.

Nacida en Liverpool, se trasladó a los siete años con su familia a Gales. Fue educada por su madre, quien le enseñó francés, aprendió latín con un clérigo local, y ella misma estudió castellano, italiano, portugués y alemán. En 1808, publicó su primer libro, Poems. Al año siguiente conoció a Alfred Hemans (1781-1827), con quien se comprometió antes de partir éste a la «guerra Peninsular» y con quien se casaría en 1812. Tuvieron cinco hijos, nacidos en rápida sucesión. Tras el quinto (1818), la pareja se separó y nunca volvería a verse; el capitán Alfred Hemans partió a Italia (aparentemente por motivos de salud), donde moriría veintinco años después. Felicia vivió con su madre en Gales y, tras la muerte de ésta, se mudó de nuevo a Liverpool en 1828 y luego, en 1831 a Dublín, donde murió de hidropesía tras unos años de invalidez.




La poesía de Hemans fue admirada por lord Byron, Percy Shelley, George Eliot, Matthew Arnold y William Wordsworth, entre otros. Sin embargo, Walter Scott dijo de ella en 1829: «es un poco demasiado poética para mi gusto, quiero decir que hay demasiadas flores y demasiados pocos frutos, aunque ésta quizá sea la cínica crítica de un hombre ya mayor». Influyó en Alfred Tennyson,  Rudyard Kipling y Henry Longfellow. Entre sus obras destacan The Domestic Affections (1812), Welsh Melodies (1822), Records of a Woman (1828), así como un volumen de traducciones del portugués y el castellano, Translations of Camoens and Other Poets (1818).

Su poema más famoso fue «Casabianca» (1826), del que se ha dicho que resume el espíritu del victorianismo y su sentimiento patriótico. Está basado en la muerte de Giocante Casabianca, hijo de Luc-Julien-Joseph Casabianca, capitán del Orient, buque insignia de la flota napoleónica destruida en la batalla de Abukir (1798) por Horatio Nelson (1758-1805). Años más tarde, tras su muerte en Trafalgar, el cuerpo del almirante Nelson sería enterrado en la catedral de San Pablo en un ataúd hecho con madera del mástil principal de ese barco.




En la batalla de la bahía de Abukir, el Orient fue alcanzado por los cañones británicos y el joven Giocante, de doce años, ignorante de la muerte de su padre, se negó a abandonar el lugar que éste le había asignado. Murió, junto con el resto de la tripulación, cuando el incendio del buque hizo estallar la santabárbara. El poema, un elogio del autosacrificio heroico y del grito vano de un heroico niño —aunque puede leerse como una crítica a la obediencia que parece alabar—, fue recitado por generaciones de escolares británicos y estadounidenses. Su primera y su cuarta estrofas son las siguientes:

Estaba el niño en la cubierta en llamas,
de la que todos huyeron;
el fuego de ese pecio de la batalla
brillaba sobre los muertos.
...
Gritaba en voz alta: «¡Dime, dime, padre,
si mi deber he cumplido!».
Y no sabía el niño que el comandante
no oía a su hijo.

Con el paso de los años, el tono de la poesía de Hemans empezó a considerarse demasiado cargado de sentimiento y efusiones. «Casabianca» fue objeto de centenares de parodias. En el cuento «Los juguetes de la paz» (publicado póstumamente en el libro homónimo de 1919), Saki incluyó a la poeta entre los héroes cívicos con los cuales Harvey Bope pretende, sin gran éxito, inculcar a sus sobrinos los valores de la paz.


Fuentes:
FELDMAN, Paula R., British Women Poets of the Romantic Era: An Antology, Baltimore-Londres, Johns Hopkins University Press, 1997.
LOOTENS, Tricia, «Hemans and Home: Victorianism, Femenine "Internal Enemies", and the Domestication of National Identity», PMLA, 109, 2 (1994), pp. 238-253.