lunes, 31 de mayo de 2010

Disciplina pedagógica

El filósofo utilitarista John Stuart Mill aparece citado en el cuento «Los juguetes de la paz» (escrito en 1914 y publicado de forma póstuma en 1919) entre los personajes por medio de los cuales Harvey Bope intenta transmitir a sus sobrinos Eric y Bertie unos valores que permitan, en cierto modo, una regeneración de la humanidad.

     —Éste es un ciudadano distinguido —dijo—, John Stuart Mill. Fue una eminencia en economía política.
     —¿Por qué? —preguntó Bertie.
     —Bueno, decidió serlo; creyó que se trataba de algo útil.
     Bertie emitió un expresivo soplido que transmitía su opinión de que había gustos para todo.




La educación de John Stuart Mill (1806-1873) fue fruto de un meticuloso programa pedagógico concebido por su padre, el historiador, economista y filósofo James Mill (1773-1836). Según cuenta John Mill en su autobiografía, no guardaba conciencia de su primer contacto con el griego, pero al parecer se inició en esa lengua a los tres años. El padre le hizo aprender de memoria listas de vocablos y unos rudimentos gramaticales, lo cual le permitió leer las Fábulas de Esopo. Su segundo libro fue la Anábasis. Después vinieron Heródoto, Jenofonte, Diógenes Laercio... y, más tarde (a los diez años), algunos diálogos de Platón.

Entre los cuatro y los siete años, leyó una multitud de libros de historia y de viajes cuyos argumentos contaba a su padre en los paseos que ambos daban todos los días antes del desayuno. Por las tardes, el padre le enseñaba aritmética. Como entretenimiento, leyó entonces Las mil y una noches, Don Quijote o Robinson Crusoe. A los ocho años, empezó a estudiar latín junto con una hermana más pequeña, a la que pronto dio clases él mismo. Otros hermanos se fueron añadiendo como discípulos. Ese mismo año se inició en la poesía griega, con la Ilíada, que leyó con ayuda de la traducción de Pope; también se adentró en Euclides y, algo más tarde, en el álgebra.

Entre los ocho y los doce años, leyó, entre otros, a Virgilio, Horacio, Tito Livio, Salustio, Ovidio, Terencia, Lucrecio y Cicerón, así como a Homero, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Tucídides, Polibio y finalmente la Retórica de Aristóteles. Profundizó, siempre con ayuda de su padre, en la geometría, el álgebra y el cálculo diferencial. Sin embargo, sus favoritos fueron siempre los libros de historia. Se inició también en la composición poética e, inspirado por Pope redactó una continuación de la Ilíada. Leyó a Shakespeare, Milton, Burns, Spenser y Dryden, entre otros. No descuidó las ciencias experimentales y, en particular, la química.

A los catorce años, concluyó esa peculiar formación que lo llevó a lo largo de poco más de una década desde Esopo hasta Ricardo, y el joven Mill partió un año al sur de  Francia. A su vuelta, estudió Derecho, leyó a Jeremy Bentham (1748-1832) y, en 1823, empezó a trabajar en la Compañía de las Indias Orientales. A los veinte años, sufrió una crisis que le provocó una «atonía emocional» y de la que salió con un profundo interés por la poesía (Coleridge, Wordswoth) y el romaticismo alemán (Goethe). Ello le sirvió para enriquecer la idea utilitarista, que consideraba la utilidad como criterio de la felicidad y que la sociedad justa debía favorecer la felicidad del mayor número, con una perspectiva artística y humanista.

Los libros Sistema de Lógica (1843) y Principios de economía política (1848) cimentaron su fama como pensador. Realizó aportaciones fundamentales sobre los temas de la ética, la economía, la representación democrática o la libertad. En 1851, contrajo matrimonio con Harriet Hardy Taylor (1807-1858), que había conocido unos veinte años antes (estando ella casada con John Taylor) y bajo cuya influencia se convirtió en adalid de los derechos de las mujeres. También defendió los intereses de las clases menos favorecidas. Durante unos años (1865-1868), fue parlamentario por el Partido Liberal y, desde ese escaño, abogó por la causa irlandesa, las reformas sociales y el sufragio femenino (intentó introducirlo en una enmienta a la Ley de Reforma de 1867 en una enmienda que fue derrotada por 196 votos contra 73).

En 1869, se retiró a Aviñón, donde siguió escribiendo hasta su muerte y donde está enterrado. Entre sus obras destacan Sobre la libertad (1859), Consideraciones sobre el gobierno representativo (1861), El utilitarismo (1863), El sometimiento de las mujeres (1869) y su Autobiografía (1873). En la redaccción de algunas de sus obras, el papel de su esposa Harriet fue algo más que secundario. Tras la muerte de su esposa, y durante los últimos quince años de vida, su hijastra Helen colaboró estrechamente con él. Respecto a ese trabajo en común, dijo:

Quienquiera que piense en mí y en mi obra, ahora o en el futuro, no debe olvidar nunca que no es producto de un intelecto y una conciencia sino de tres, de los cuales el menos considerable y por encima de todo el menos original es el nombre asociado con ella.

En el capítulo segundo de su obra Utilitarismo, distinguió entre felicidad y satisfacción:

Resulta innegable que el ser cuyas capacidades para el placer son bajas posee una mayor oportunidad de satisfacerlas de forma plena; y que un ser altamente dotado siempre sentirá que cualquier felicidad a la que pueda aspirar será, tal como está constituido el mundo, imperfecta. Sin embargo, puede aprender a soportar esas imperfecciones, en la medida en que son soportables; y no le harán envidiar al ser que en realidad no es conciente de ellas, pero sólo porque no percibe en absoluto el bien para el que capacitan dichas imperfecciones. Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; es mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho. Y, si el necio o el cerdo opinan de modo diferente, es porque sólo conocen su propio lado de la cuestión. El otro extremo de la comparación conoce ambos lados.

Y en su ensayo «Civilización», publicado en 1836, dejó escrito:

No hay prueba más precisa del progreso de la civilización que el progreso del poder de la cooperación. 



Fuentes:
MILL, John Stuart, Autobiography, Londres, Longsman, Green, Reader and Dyer, 1873.
Utilitarism, Londres, Longsman, Green, Reader and Dyer, 1863.
MUNRO, Hector H. (Saki), Cuentos completos, ed. Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Alpha Decay, 2005.