lunes, 10 de mayo de 2010

Monomanía postal

Sir Rowland Hill aparece en el cuento «Los juguetes de la paz» (publicado póstumamente en 1919) como uno de los héroes cívicos con los que Harvey Bope intenta inculcar a sus sobrinos los valores del pacifismo y la civilización.


La vocación de Rowland Hill (1795-1879) fue la reforma social. En 1819, colaboró con su familia (el padre era maestro) en la creación de una escuela basada en unos ideales pedagógicos que aunaban educación culta y lucro capitalista, como había postulado Jeremy Bentham (1748-1832), el fundador del utilitarismo, en su Chrestomathia (1816). Se interesó también por el establecimiento de «comunidades sociales» e incluso recibió —pero rechazó— la oferta del «utópico» Robert Owen (1771-1858) de dirigir uno de sus experimentos comunitarios.

A mediados de 1833 abandonó su labor pedagógica y dedicó sus energías a otra causa. Un año antes había publicado un proyecto para impulsar la creación de colonias en el sur de Australia con pobres británicos —y no con convictos— que llevaba como subtítulo «Esbozo de un plan para la extinción gradual del pauperismo y la disminución de la delincuencia». Pasó a trabajar entonces como secretario de la Comisión para la Colonización del Sur de Australia. En 1837, publicó su proyecto de reforma postal, Post Office Reform; its Importance and Practicability, que se reeditó varias veces, y su infatigable campaña convirtió el asunto en tema de debate público. Y en el otoño de 1839 abandonó su cargo en la Comisión para la Colonización, que fundó con éxito una colonia en lo que hoy es Adelaide, y fue encargado por el gobierno para dirigir la aplicación de su reforma postal.

En 1842, tras un cambio de gobierno, fue destituido y pasó a dirigir entre 1843 y 1846 la compañia ferroviaria London and Brighton Railway, donde también dejó su huella reformadora. En 1846, el nuevo gobierno lo nombró secretario del ministro de Correos. A pesar de las dificultades encontradas, el nuevo sistema finalmente se impuso. Hill fue objeto de un gran reconocimiento en vida. Se convirtió en un icono victoriano, y se le erigieron estatuas en diversas ciudades británicas. Tras su muerte, fue enterrado en la abadía de Westminster.




El sistema postal vigente en época de Hill era caro y complicado. El destinatario debía pagar la carta en función de la distancia y la cantidad de hojas. En su Post Office Reform, narra la siguiente anécdota, que a menudo se le atribuye a él mismo:

Coleridge cuenta una anécdota que demuestra hasta qué punto el sistema postal hace posible el fraude, como consecuencia de la opción que hoy existe. La historia es la siguiente.
Un día en que mi situación no me permitía de deshacerse de un solo chelín, pasé junto a una casa no lejos de Keswick donde un cartero pedía un chelín por una carta; la mujer de la casa no parecía dispuesta a pagarlo y finalmente rechazó la correspondencia. Pagué la carta por ella; y, una vez que se hubo alejado el cartero, la mujer me dijo que se trataba de una carta de su hijo, quien le hacía saber por ese medio que se encontraba bien; era una carta que no había que pagar. Cuando la abrió, descubrí que estaba en blanco.
Esta argucia resulta tan evidente que, con toda probabilidad, está muy extendida.

La propuesta de Hill se basaba en dos modificaciones fundamentales: una tarifa uniforme al margen de la distancia (un penique) y el pago anticipado de la carta por parte del remitente (mediante un sello adhesivo). El nuevo sistema entró en vigor el 6 de mayo de 1840. El primer sello postal, el Penny Black, utilizó el perfil de la reina Victoria.
 


Unos pocos años más tarde, en 1868, otro gran reformador, el filántropo estadounidense Elihu Burrit, escribió unas palabras que podrían haber sido suscritas por Harvey Bope, en «Los juguetes de la paz»:

El franqueo barato está a la orden del día en todas partes. Incluso los países situados más allá del límite de la civilización cristiana copian poco a poco el ejemplo de Inglaterra; y llegará el día en que, después de que los países hayan ahorrado algunos de los millones en oro despilfarrados hoy en la guerra, el servicio postal se extenderá desde Londres, París y Nueva York hasta abarcar la circunferencia del globo y todos los puntos de los radios a su alcance. Cuando llegue ese feliz día, cuando el intercambio del pensamiento y la comunicación del afecto, así como la correspondencia de los intereses materiales, que Inglaterra ha proporcionado a su población por medio del sistema postal se extiendan a todos los países y pueblos del mundo, éstos sabrán y reconocerán con admiración y gratitud la deuda contraída con Rowland Hill.



La autobiografía de Hill, concluida con ayuda de su sobrino, contiene el relato que le hizo a su hermano mayor Matthew de su encuentro con Garibaldi en 1864.

Conversé un poco con Garibaldi sobre la situación de la oficina de correos italiana; pero era evidente que el tema le interesaba poco.

Su hermano le respondió:

Ya imagino que cuando llegues al cielo te detendrás en la puerta para preguntarle a san Pedro cuántas entregas se hacen al día y cómo se sufraga el gasto de la comunicación postal entre el cielo y el otro lugar.

Quizá Hector Munro no le perdonara a Hill justamente eso, que su único tema de conversación con el gran revolucionario —a quien Munro quizá pudo considerar como el vengador de Conradino de Suabia— fuera la situación postal en Italia.



Fuentes:
BURRITT, Elihu, Walks in the Black Country and its green Border-Land, Londres, Sampson Low, Son, and Marston, 1868.
HILL, Rowland, Post Office Reform; its Importance and Practicability, Londres,Charles Knight and Co., 1837.
— y George Birkbeck HILL, The Life of Rowlad Hill and the History of Penny Postage, Londres, Thomas de la Rue & Co., 1880, 2 vols.